¿Cena íntima?

Si bien para Horacio aún era muy temprano para cenar, igual aceptó la propuesta de los viernes; o de algunos viernes para cenar juntos. Eran encuentros muy particulares. Se diría que Liz compartía sus cenas con él. A lo mejor porque extrañaba su tierra, o necesitaba volver a hablar en su idioma con alguien. Horacio nunca se lo preguntó tampoco.

Se dieron los saludos de costumbre, supo que Liz había pedido un lomo salteado.

En Milán hacia frío, Liz le hablaba de la lluvia y del proyecto que la preocupaba tanto, por eso esta vez no se quedaría hasta muy tarde. Rieron porque acompañaba la cena con gaseosa, y porque Horacio le comentó que a esa lluvia en España le decían «chirimiri». Con sus chistes malos lograba sacarle una sonrisa, y al final terminaban los dos tentados.

Horacio le contó el motivo de su viaje, como siempre alguna feria de arte, visitar una feria como excusa, le gustaba el arte pero sobretodo le fascinaba viajar. Todo el relato ilustrado por innumerables fotos.

Horacio también seguía atento a los mensajes que recibía, mientras sacaba fotos de la mesa o de la gente que pasaba. Esta vez no mantuvieron  una gran conversación porque a Liz se le hacía tarde. Su profesión la mantenía ocupada gran parte del día, y hasta bien entrada la noche, solamente se regalaba estas cenas de los viernes.

Fue un encuentro breve, Liz debía finalizar un proyecto que llevaba cierto retraso, se lo recordaron en uno de los mensajes.  Finalmente se despidieron hasta otro día, o hasta otro viernes. Puso su celular en la cartera y Horacio la dejó ir…

Nunca le dijo a Liz que había pedido un tostado con un té liviano, mientras  terminaba «su cena» intentó seguir el capítulo del libro que comenzó a leer en Buenos Aires mientras calculaba que en Milán para esa época del año anochecía temprano, y hacía frío. Pocos e ingratos recuerdos conservaba de esa ciudad. Una calle vanidosa con las tiendas de ropa más caras del mundo, un tranvía naranja que se perdía por Via Porta Romana y el Duomo que le recordaba a la Basílica de Luján.

Miró por última vez su móvil, Liz ya no estaba en línea. Horacio pasaría el fin de semana en Santiago de Chile y quería aprovechar la tarde de sol. Le envió varias fotos del pintoresco Pasaje Lastarria. El lunes volvería a Buenos Aires a reencontrarse con los retazos de su infancia.

Imaginó a Liz muy abrigada, cruzando la Galleria Vittorio Emmanuelle  hacia la Piazza della Scala. Meditó sobre sus encuentros virtuales.En ese momento hubiera querido caminar junto a ella, comprar recuerdos en Patio Bellavista y ver el atardecer desde el cerro San Cristóbal. Sin duda la extrañaba y se preguntó si existía una conexión mental, que ella lo estuviera pensando, como él no podía dejar de pensar en Liz . Eso seguramente se lo diría el próximo viernes.

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