La casa del mañana
Finalmente llegamos a la época de las pantallas. Todo tiene una pantalla plana, es inteligente y está interconectado. Los que en la antigüedad se reunían para ver «La familia Ingalls» hoy están reunidos junto a sus hijos y a sus nietos, pero cada uno pendientes de lo que pasa en su teléfono, tablet o lo que sea. Imposible mantener una conversación que no sea interrumpida por un ring, o el silbido que emiten los mensajes. Con todos esos sonidos se podría componer una sinfonía al estilo de John Cage.
Así todas las mañanas invaden nuestras vidas un aluvión de mails y notificaciones de redes sociales. Facebook nos recuerda los cumpleaños de conocidos y de desconocidos que se sumaron a nuestros contactos. Por Whatsapp, perritos con actitud bondadosa nos dan los buenos días y rojos corazones nos bendicen para comenzar bien la jornada. Por las redes podés mirar el informe del clima, hacer compras de todo tipo, pedir una pizza o alquilar un automóvil.
Los automóviles no vuelan como en la serie «Los supersónicos» pero estacionan solitos, y muy pronto no van a precisar chofer, asombroso. Mi auto como es «vintage» y como se opone al progreso, es de lo que hay que empujarlos para que arranque.
Quedamos atrapados en las redes sociales, y me incluyo, porque a mi que me resultaban una tremenda pérdida de tiempo, ahora no puedo pasar ni medio día sin controlar mi cuenta de twitter. Un torrente de mensajes opinando a favor o en contra de cualquier tema, del gobierno o de la economía sea del país que fuere. O las interminables disputas por el ex-romance de una ex-modelo con un ex-futbolista.
Un aleph (*) al alcance del dedo, en cuestión de minutos nos enteramos del atentado terrorista del otro lado del planeta, vemos fotos de gente feliz veraneando. Somos testigos de la represión de los regímenes dictatoriales, y del drama de los inmigrantes que arriesgan sus vidas en el Mediterráneo en busca de un futuro mejor.
La era de las pantallas trajo de la mano a la era de las aplicaciones, las nueva estrellas de la tecnología. Hay aplicaciones de todo tipo y para lo que se te ocurra. En mi último viaje, descargué una aplicación que GPS mediante te dice todo lo que hay a tu alrededor, farmacias, galerías de arte, museos etc. Para ir de un lado a otro consultaba a esa extraña pitonisa que guiaba mi camino con un hilo de Ariadna de círculos azules, a los cuales seguía con no poca desconfianza. Debo confesar que tan mal no me fue porque acá estoy de vuelta.
De a poco nuestro vocabulario se tecnificó (si la palabra no existe me disculpo) Android, Wi Fi, GPS, touchscreen, streaming, router. Y todo eso en muy pocos años. Como un torbellino de nuevas palabras y dispositivos que no sabemos hasta donde va a llegar.
Hace unos días fui a visitar al más pequeño de la familia, quien a sus dos años y pico ya tiene su notebook y con su dedito puede desbloquear el teléfono para jugar algún juegito. Los padres del niño que siempre me ponen al tanto de la tecnología, esta vez me explicaron como mi tablet y la televisión inteligente se pueden sincronizar para ver mi cuenta de Youtube por la tele.
El niño jugaba ajeno a mi entusiasmo de jugar a ver videos. Y recordé las palabras de KHALIL GIBRAN en su poema sobre los hijos:
«Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas, Porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños…»
Comprendí que habitaba en esa casa del mañana. Para el niño todo le parecerá natural, porque es su realidad, pero para mi todo es un mundo mágico. Yo soy el que mira asombrado todos estos adelantos con ojos de niño, a lo mejor porque no perdí la capacidad asombro. Hice un repaso de toda mi vida y me sentí feliz de vivir en esta época. Le doy gracias a Dios de haberme permitido asistir a todos estos cambios, y como diría Garcia Marquez de «Vivir para contarla» porque me regaló la dicha de conocer la casa del mañana. De la tele en blanco y negro con cinco canales, a ver imágenes de marte o de un satélite en directo. De cuando escribía a máquina, y de mi primera PC. Fue cuando se me ocurrió escribir esta reseña de cosas que marcaron mi existencia, primero iban a ser dos palabras y miren en que terminó.
PD: Cuando era niño, soñaba con tener un millón de libros, de hecho compré muchos a lo largo de mi vida ( y no compró más porque me van a echar de mi casa) Ahora existen sitios de internet donde puedes bajar libros gratis en formato EPUB. Pero nunca me pude acostumbrar a leer mucho porque me produce un sueño mortal. Y no cambio por nada del mundo el tener en la mano el libro físico, sentir su peso, y sobretodo abrirlo para oler sus páginas.
(*) Tramo de El Aleph de Jorge Luis Borges
» El diámetro del Aleph sería de dos o tres
centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño.
Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo
claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi
el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en
el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi
interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos
los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler
las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en
Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi
convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en
Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo,
vi un cáncer en el pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde
antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera
versión inglesa de Plinio, la de Philemon Holland, vi a un tiempo cada letra de
cada página (de chico, yo solía maravillarme de que las letras de un volumen
cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y
el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color
de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de
Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplican sin fin, vi
caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la
delicada osatura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando
tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las
sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres,
émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la
tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo
temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a
Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz
de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi
oscura sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el
Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, y en la tierra otra vez el
Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo
y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo
nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el
inconcebible universo…»
El viaje continúa, pero yo me bajo en esta estación.
LE DOY GRACIAS A DIOS Y GRACIAS A UDS POR LEERME
FIN
La casa del mañana. I: Prehistoria
La casa del mañana II: Edad antigua