El culto al atardecer

Un suave declive en la ladera de la colina operaba como un gran anfiteatro, allí comenzaban a llegar de distintas partes de la comarca y de las aldeas vecinas los campesinos con sus familias. Caminaban despacio y se iban ubicando en el suelo buscando un lugar cómodo donde sentarse.

Como en una silenciosa peregrinación la improvisada tribuna se iba colmando de la gente del pueblo con sus hijos, campesinos, pastores, artesanos, ninguno faltaba a la cita, habían finalizado sus tareas y se aprestaban a presenciar el culto del atardecer. Todo se desarrollaba en un clima de serena alegría, las personas conversaban y saludaban a los recién llegados.

Finalmente por el sendero sur venían los ancianos acompañados de los maestros y los escribas Todos los campesinos se ponían de pie en señal de respeto y veneración, ellos representaban la sabiduría. Unos pasos más atrás venían los sacerdotes y los rabinos.

Cuando todos estaban en su lugar comenzaban a contemplar el atardecer, el imperceptible cambio de las luces al naranja y al ocre. El silencio era total, solo se escuchaba el diálogo de las aves con la brisa fresca de la tarde.

 Mientras el sol desaparecía detrás de las montañas, algunos lugareños agradecían a Dios o a la madre naturaleza por el hermoso atardecer que les brindaba. Los niños saludaban al sol con sus manos abiertas, otros abrían sus brazos tratando de captar la energía que su luz irradia.

Y antes que todo quede en penumbras, la muchedumbre emprendía el camino inverso hacia sus chacras y fincas. Con el corazón en paz volvían a sus hogares. Mañana, si el buen sol y los dioses o la madre naturaleza lo querían, se repetiría el culto al atardecer.

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